
EL VIEJO OLIVO DEL PARQUE MARTIRICO..
El viejo olivo del parque Martiricos
En mis paseos por Málaga, cerca de donde habito y donde gira todo mi mundo, hay un parque encantador que, les confieso, me atrapa en sueños cada vez que paso cerca de él. Me he visto a mí misma fantaseando mientras el autobús que tomo rumbo al hospital lo bordea en silencio. Me imagino allí, paseando con mi hijo, con mi perra Sandy Paola. Él en patines, sin saber qué hacer con tanta libertad sobre un pasto limpio y amable; y ella, desconcertada por la amplitud de un terreno que no conoce. Imagino a mi madre y a mí, acostadas en la grama, esperando una película al aire libre, disfrutando de cómo cae el sol y de esa seguridad casi mágica que ofrece un país distinto al tuyo.
El día que finalmente caminé por el parque, confirmé lo que presentía: era realmente encantador. Su nombre me llamaba la atención. "Martiricos". Como recién llegada a esta tierra, todo lo ignoro, así que me toca preguntar y aprender. Supe que el nombre honra a los santos patronos de Málaga, Ciriaco y Paula, martirizados en este lugar. En su memoria, este parque lleva su nombre: Parque Martiricos.
Hay muchos árboles milenarios allí, pero uno me cautivó especialmente. Le dedico estas líneas: al viejo olivo del parque Martiricos.
Allí está él, en lo alto de una pequeña loma cubierta de pasto. Basta con mirarlo para saber que no es joven. Su tronco es imponente, lleno de carácter. Sus ramas, sin embargo, han sido mutiladas, tal vez por decisiones humanas que aún no se deciden entre cuidar la naturaleza o seguir arrasándola. Aun así, su cuerpo habla. Las pequeñas ramas jóvenes que brotan de su torso son prueba de vida, de resistencia, de una voluntad imposible de quebrar. Él no quiere dejar de existir.
Hay algo poderoso en su presencia. Me imagino cuántas veces habrá sido tema de debate en el Ayuntamiento, entre grupos ecológicos o vecinos. Cuántas veces habrá escapado de ser arrancado para dar paso a un espectáculo moderno. Y sin embargo, allí sigue, firme. Parte de un paisaje que ofrece paz, que inspira.
No dejo de imaginarlo testigo de la construcción de las vías cercanas. ¿Cuántos obreros habrán descansado bajo su sombra? ¿Qué sintió al ver cómo iban ganando terreno las estructuras de cemento? ¿Qué habrá "dicho" en silencio, mientras el ingeniero decidía cortarle sus ramas?
Él siguió allí por algún motivo. Tal vez aún hay quienes esperan verlo secarse, derrotado. Pero no. A pesar de todo, sigue brotando. Sobrevive veranos intensos, necesarios. Agradece otoños refrescantes que alivian el esfuerzo de cada rama nueva. Tolera inviernos lentos, paralizantes, donde parece que nada avanza… pero lo hace. Porque entonces llega la primavera, y con ella, la constatación: no es una sola ramita. Son muchas. Muchas ramas jóvenes adornando su torso imponente.
Ese día de verano en que pasé frente a él, sentí que me habló. Me dijo:
"Estoy aquí. Soy un antiguo y hermoso árbol de olivo, y tengo mucho que contar. Quiero seguir viviendo. Por eso ves mis jóvenes ramas: son el testimonio de que, pese al daño, sigo luchando. Yo soy historia. Soy resistencia. Soy fe. Y mientras mis hojas broten, aunque las corten una y otra vez, haré el esfuerzo más grande para renacer. Vengan a verme. Recuérdenme. Cuídenme. Luchen por mí."
Y yo, desde lo profundo de mi corazón, lo escuché.
Esa noche soñé con él. Estaba de pie junto al olivo, pero no era un árbol común. Tenía ojos tallados en la corteza, como nudos antiguos que parpadeaban con lentitud. Me habló con una voz que no era voz, sino un eco suave dentro del pecho:
—Tú también eres tierra. Tú también has sido cortada. Y, sin embargo, brotas.
Desperté con las manos llenas de tierra, como si hubiese estado cavando en mi sueño. O sembrando.
Y desde entonces, cada vez que paso frente a él, siento que no camino sola.
El viejo olivo y yo compartimos un secreto.
Uno que habla de heridas…
Pero también de milagros.
Crea tu propia página web con Webador